¡Necesito sentir que no me han abandonado!
Lo que pasa cuando el vínculo entre menor y familia acogedora queda en manos de la buena voluntad.
La transición del acogimiento familiar a la adopción no siempre deja lugar para los vínculos.
O mejor dicho: no siempre permite conservar los que ya existen.
Durante semanas, meses o incluso años, un menor ha vivido sostenido, acompañado y amado por una familia que ha representado para él una base segura, emocionalmente estable y coherente.
Desde esa relación, ha podido aprender a confiar, a sentirse querido, a construir un apego reparador.
(Esto, que a menudo se da por hecho, es una gran ventaja frente a otros menores tutelados que hacen la transición directamente desde un centro de acogida, donde la rotación de figuras y la falta de intimidad emocional dificultan ese primer vínculo seguro.)
Pero cuando llega el momento de irse con su nueva familia, ese lazo puede romperse por completo…si alguien decide que ya no hace falta mantenerlo.
El riesgo es alto: el menor no solo pierde a quienes han sido su base, sino que puede vivir esa pérdida como un nuevo abandono, precisamente porque ha aprendido a vincularse de forma segura.
Y cuanto más seguro ha sido ese apego, más intensa puede ser la vivencia de ruptura si no se cuida bien el después.
¿Qué dice el protocolo?
El Protocolo de Transición de Acogimiento a Adopción, elaborado por CORA y ASEAF, reconoce que:
✔️ El papel emocional de la familia acogedora es fundamental.
✔️ El menor puede necesitar mantener algún tipo de contacto.
✔️ El “vacío emocional” que deja una ruptura brusca es perjudicial.
Pero aunque lo nombra, no lo garantiza.
En sus propias palabras:
“La familia acogedora cumple un papel fundamental estando disponible como apoyo afectivo para la NNA, cuando éste lo demande y en colaboración con su familia adoptiva.”
Esto, en la práctica, significa que el contacto entre el menor y su familia de acogida queda en manos de la voluntad de la nueva familia adoptante.
Y ahí empieza el verdadero problema.
¿Y por qué esto sigue ocurriendo?
Hay algo que rara vez se dice, pero muchas familias acogedoras y profesionales de la infancia lo han vivido de cerca:
En muchos casos, se recomienda cortar el contacto “por un tiempo”.
No hay una normativa que lo establezca.
No hay una duración oficial ni basada en estudios.
Pero algunos equipos técnicos recomiendan —o directamente indican— que durante los primeros meses, o incluso el primer año, no haya visitas entre el menor y su familia de acogida.
Lo preocupante es que no hay criterios unificados:
➡️ En algunas comunidades, se habla de un año.
➡️ En otras, se recomiendan quince días para facilitar el vínculo sin borrar el anterior.
➡️ Todo depende del equipo de transición… o de la interpretación personal del técnico que acompaña el caso.
Lo que no se suele decir es que muchas veces esa indicación no proviene de especialistas en apego o psicología infantil, sino de perfiles técnicos que aplican sus protocolos sin comprender el proceso emocional del menor.
Y entonces… se corta el contacto. Por sistema.
No por evaluación individual.
Sin pensar en la edad del menor.
Sin valorar qué tipo de vínculo se ha construido.
Y, sobre todo, sin dejar que sea el menor (a su manera) quien lo exprese.
¿Y qué pasa con la familia adoptiva?
Para muchas familias adoptivas, la llegada del menor es el final de una espera de años.
Y aunque ya han sido declaradas idóneas, viven esta etapa en tensión, bajo supervisión, sabiendo que todavía están en fase preadoptiva.
No están en posición de cuestionar indicaciones, ni de tomar decisiones por su cuenta.
Y en la mayoría de los casos, no han recibido formación suficiente para interpretar las señales emocionales del menor.
Así que obedecen. No por falta de sensibilidad, sino por desconocimiento y miedo a equivocarse.
No se trata de querer o no querer visitas.
Ni de que la familia acogedora “necesite” ver al menor, a veces sin entender que en ocasiones soltar es una forma de amar.
Porque todo esto afecta directamente a la salud holística del menor, único protagonista en la transición.
Se trata de que esa decisión no puede estar en manos de las familias implicadas.
Ni de la acogedora.
Ni de la adoptiva.
Tiene que venir de un profesional especializado, que evalúe:
✔️ Si el vínculo es sano
✔️ Si su continuidad puede ser un factor protector
✔️ Si el menor está expresando (con palabras o con gestos) la necesidad de no romper del todo
Porque igual que la familia acogedora no puede negarse a las visitas con la familia de origen, tampoco una familia adoptiva debería tener el poder de borrar por completo una historia vivida… cuando aún no ha adoptado legalmente al menor.
Lo que reivindicamos
1. Que se cree un mecanismo de seguimiento profesional que detecte, evalúe y acompañe el impacto emocional de estas rupturas. Que estas decisiones no se tomen sin una mirada especializada y sin tiempo para comprender al menor.
2. Que la decisión de mantener o cortar el vínculo con la familia acogedora no quede sujeta a la voluntad de la familia adoptiva mientras el menor siga tutelado por la administración.
3. Que se regule por ley el derecho del menor a mantener contacto con su familia acogedora durante la fase preadoptiva, cuando se haya construido un vínculo afectivo y los profesionales así lo consideren.
Porque el afecto no puede quedar a merced de la voluntad de otros.
Y porque lo que se construyó con cuidado, no debería romperse sin conciencia.
💙 Porque proteger a la infancia tutelada también es cuidar sus transiciones.
Nota final:
La lectura de las obras que el propio protocolo recomienda —y algunas más de expertos en el tema— junto con extensas conversaciones con familias que han vivido transiciones, me han permitido comprender con más profundidad lo que aquí intento expresar.
No soy experta, pero tengo una formación de base que me ha permitido contextualizar lo leído, vivido y observado.
Y es desde ahí —desde el respeto, el cuidado y la responsabilidad— que me atrevo a escribir este texto.
Como ya advertía Triseliotis en 1994:
“El desconocimiento de la historia personal puede bloquear el proceso de duelo y dificultar la integración emocional de los cambios.”