¿Y quién acompaña cuando no hay una familia antes?
La otra transición: del centro a la adopción
“Aquí todos los días cambia alguien.”
“Unos se van, otros llegan. Yo ya ni pregunto.”
“Pero ahora dicen que me voy yo. Con una familia. A vivir a su casa.”
No sé quiénes son.
No sé si me van a querer.
Y no sé si podré quedarme.
Hay transiciones que duelen.
Y hay otras que, si no se acompañan con delicadeza, pueden dejar cicatrices aún más profundas.
Este artículo está dedicado a esos niños, niñas y adolescentes que no vivieron su acogimiento en un hogar, sino en un centro residencial, y que un día, sin una figura de referencia clara, fueron trasladados a una familia adoptiva.
No hubo una habitación compartida con alguien que pudiera llamarse “mamá” o “papá”.
No hubo brazos que se repitieran cada noche.
Y cuando llegó el momento de irse…para algunos, no hubo una despedida que doliera, porque no había apego que la sostuviera.
Pero para otros, el cambio trajo miedo, incertidumbre o incluso rechazo. Porque a veces, después de tanto tiempo en un centro, lo poco conocido pesa más que lo bueno por conocer. Y ese vínculo, aunque no haya sido reparador, también puede doler al romperse.
Lo que dice el protocolo (y lo que cuesta poner en práctica)
El Protocolo de Transición de Acogimiento a Adopción, elaborado por CORA y ASEAF, también contempla esta transición.
Reconoce que requiere mayor acompañamiento, más preparación emocional y un trabajo profesional más intenso.
Pero en la práctica, muchas veces:
- No hay tiempo suficiente para preparar al menor.
- El personal del centro cambia continuamente.
- La nueva familia llega sin conocer la historia real del menor.
- El vínculo no existe… y se espera que surja por arte de magia.
¿Cómo afecta esta transición a quienes la viven?
Cuando un niño, niña o adolescente no ha tenido una figura de apego estable antes de ser adoptado, el reto es aún mayor:
✔️ El nuevo hogar no se siente seguro, sino extraño.
✔️ La confianza tarda más en construirse.
✔️ Los comportamientos desafiantes son más intensos.
✔️ Hay una falta de memoria emocional compartida, de vivencias previas que construyan seguridad.
Y, sobre todo, no hay recuerdos reparadores.
Solo fragmentos de vida en un lugar donde no siempre hubo tiempo para mirar, ni espacio para sentir.
Lo que el protocolo reconoce (y pocas veces se prioriza)
El Protocolo de Transición de Acogimiento a Adopción lo deja muy claro:
cuando un menor pasa directamente desde un centro a una familia adoptiva, sus necesidades emocionales suelen ser mayores, no menores.
✔️ No hay una figura de referencia constante.
Durante su estancia en el centro, el menor ha podido vivir múltiples cambios de cuidador, lo que dificulta la construcción de vínculos estables y deja secuelas en su desarrollo afectivo.
✔️ Hay más probabilidad de trauma acumulado.
La institucionalización prolongada puede profundizar heridas anteriores o generar nuevas: aislamiento, invisibilidad, desconfianza, hiperadaptación.
✔️ El vínculo con la nueva familia no puede asumirse como inmediato.
El protocolo advierte que esta transición debe ir acompañada de un plan individualizado, más largo, más cuidadoso y con más presencia profesional.
✔️ La preparación debe incluir un trabajo emocional explícito.
No basta con acompañar la llegada a la familia. Es necesario intervenir también durante el tiempo en el centro, preparando emocionalmente al menor desde antes.
Sin embargo, en la práctica, muchos de estos niños, niñas o adolescentes llegan a la adopción sin haber recibido ese trabajo previo.
Ni apoyo psicológico estable, ni un referente claro, ni una red emocional que los sostenga al dar el salto.
¿Qué puede marcar la diferencia?
No se trata solo de cumplir un procedimiento: esta transición necesita un plan individualizado, adaptado, respetuoso.
Pero además de lo técnico, hace falta humanidad.
✔️ Anticipar el cambio con honestidad, no con urgencia.
✔️ Crear puentes con quienes el menor sí reconoce como cercanos (una educadora, una terapeuta…).
✔️ Preparar a la familia adoptiva para una acogida larga, pausada, llena de paciencia.
✔️ Ofrecer acompañamiento psicológico estable antes, durante y después del cambio.
✔️ Validar que este tipo de transición no se hace con una maleta… sino con historia, miedos y silencios acumulados.
Adoptar a un menor que viene de un centro no puede hacerse como si viniera de un hogar familiar.
No se puede suponer que está en igualdad de condiciones.
No se puede delegar todo el peso en una familia que llega con amor, pero sin herramientas.
Esta transición requiere presencia adulta con conciencia institucional y emocional.
Porque lo que no se acompaña bien, se repite en forma de ruptura… años después.
Y quienes han vivido sin un hogar durante tanto tiempo merecen que este paso sea, por fin, uno reparador.
💙 Porque proteger a la infancia tutelada también es cuidar sus transiciones.
📘 Con contenido trabajado a partir del Protocolo de Transición de Acogimiento a Adopción, elaborado por CORA y ASEAF.