Las fases del acogimiento: un viaje de paciencia, confianza y transformación
Llegó con una pequeña mochila en la espalda y una mirada silenciosa que lo decía todo. No era la primera vez que cambiaba de casa, pero sí la primera vez que alguien le sonreía al abrir la puerta y no le preguntaba nada. Solo le ofrecía un vaso de agua y una manta limpia.
Así empiezan muchas historias de acogimiento. Con nervios, esperanza y una gran dosis de incertidumbre. Para quienes acogen, también es un salto al vacío: hay ilusión, dudas, ganas de hacerlo bien y miedo de no estar a la altura. Porque acoger no es solo abrir la puerta de tu casa, es abrir tu rutina, tu paciencia, tus emociones. Y aunque cada acogida es única, muchas familias comparten un mismo recorrido emocional compuesto por tres grandes fases.
1. Fase de ilusión: todo parece ir bien
Los primeros días suelen ser sorprendentemente tranquilos. El menor se muestra receptivo, amable, incluso alegre. Se adapta con rapidez a las rutinas, parece disfrutar de la comida, duerme sin problemas y muestra afecto sin dificultad. Quienes acogen pueden pensar que es más fácil de lo que esperaban, que han tenido “suerte”.
Pero esta aparente calma tiene una explicación: muchos menores desarrollan estrategias de adaptación para no perder, una vez más, su lugar. Buscan agradar, evitar el conflicto, no destacar demasiado. Necesitan sentirse aceptados, y eso puede hacer que oculten lo que realmente sienten. Esta etapa, aunque esperanzadora, no suele ser todavía una adaptación real.

2. Fase de conflicto: aparecen las heridas
Con el paso del tiempo, cuando el menor empieza a sentirse algo más seguro, puede bajar la guardia. Y ahí es cuando afloran emociones que llevaba mucho tiempo conteniendo: miedo, rabia, tristeza, desconfianza. Lo que antes era calma puede convertirse en cambios bruscos de humor, llantos inesperados, rabietas, rechazo o aislamiento.
Es una fase difícil, tanto para el menor como para quienes le acogen. Pueden surgir dudas: ¿Lo estoy haciendo mal? ¿Por qué se comporta así si al principio todo iba bien? Pero lejos de ser un retroceso, esta etapa es un avance. Significa que el menor ha encontrado suficiente seguridad como para mostrarse tal como es, con sus heridas, sus defensas y su necesidad de protección real. Y eso es un signo de confianza.

3. Fase de crecimiento: sanar en compañía
Tras ese momento de tormenta emocional, si el vínculo se fortalece y el entorno se mantiene estable y empático, comienzan a verse cambios significativos. El menor empieza a confiar, a expresarse con más claridad, a pedir lo que necesita. Se observan mejoras en lo escolar, en lo social y en la convivencia diaria.
A veces aparecen comportamientos más infantiles: juegos simbólicos, necesidad de contacto constante, regresiones emocionales. No es un retroceso, sino una manera de recuperar etapas no vividas, de reclamar afecto, atención y cuidados que en su momento no pudo recibir. Es una parte esencial del proceso de sanación.

Cada paso cuenta
El acogimiento no sigue una línea recta. Es un proceso vivo, con avances y retrocesos, con días de calma y otros de cansancio profundo. Pero también es un acto de amor valiente. Un espacio donde un menor puede por fin sentir que su historia importa, que merece cuidado, respeto y presencia.
Acompañar en este camino implica mirar más allá del comportamiento, sostener con ternura lo que duele y confiar en que, con tiempo y apoyo, todo vínculo puede crecer.
Y tú, ¿en qué fase estás?