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Un grupo de niños debate acaloradamente en el patio de la escuela: ¿juegan al escondite o al fútbol? Se escuchan, negocian y, al final, encuentran una solución con la que todos están de acuerdo. Es un proceso natural para ellos, porque desde pequeños saben que sus opiniones importan cuando se trata de jugar. Pero, ¿qué pasa cuando se trata de decisiones más grandes? ¿Cuando lo que está en juego es su educación, su bienestar o su futuro?En demasiadas ocasiones, las decisiones que afectan a los niños se toman sin preguntarles qué piensan o sienten. Se les protege, se les educa, pero no siempre se les escucha. Sin embargo, darles voz no solo fortalece su autoestima y autonomía, sino que también construye una sociedad más justa y empática. La Convención sobre los Derechos del Niño lo reconoce en los artículos 12 y 13, garantizando su derecho a participar en las decisiones que les afectan.<h3>El derecho a la participación según la Convención</h3>La Convención sobre los Derechos del Niño establece que la participación infantil es un pilar fundamental en la construcción de su identidad y ciudadanía:<ul><li>Artículo 12: Todo niño tiene derecho a expresar libremente su opinión en los asuntos que le afectan, y estas deben ser tenidas en cuenta según su edad y madurez.</li><li>Artículo 13: Se reconoce su libertad de expresión, incluyendo el derecho a buscar, recibir y compartir información e ideas, siempre que respeten los derechos de los demás.</li></ul>Estos artículos no son solo declaraciones simbólicas; son la base para tratar a los niños como sujetos de derechos, con capacidad de contribuir activamente a su propio bienestar y al de su entorno.<h3>La participación transforma vidas</h3>Cuando los niños tienen la oportunidad de expresarse y ser parte de las decisiones que les afectan, el impacto es profundo y duradero:<ul><li>Fortalece su autoestima: Saber que su voz es escuchada les da confianza y sentido de pertenencia.</li><li>Fomenta la responsabilidad: Participar les enseña a tomar decisiones y a comprender sus consecuencias.</li><li>Desarrolla habilidades sociales: Expresar sus ideas les ayuda a mejorar su comunicación, empatía y capacidad de negociación.</li><li>Previene conflictos: Escuchar sus necesidades y perspectivas reduce tensiones y malentendidos, favoreciendo entornos más armoniosos.</li></ul>Sin embargo, no todos los niños tienen las mismas oportunidades de participar. Para los menores tutelados, este derecho enfrenta barreras significativas. <span style="font-family: var(--head-fontFamily); font-size: calc(32px * var(--head-fontSize, 1)); font-style: var(--head-fontStyle, normal); font-weight: var(--head-fontWeight, 500); background-color: rgba(249,250,251,var(--tw-bg-opacity));" data-mce-style="font-family: var(--head-fontFamily); font-size: calc(32px * var(--head-fontSize, 1)); font-style: var(--head-fontStyle, normal); font-weight: var(--head-fontWeight, 500); background-color: rgba(249,250,251,var(--tw-bg-opacity));">Los realidad de los menores tuteladosPara los niños que viven en centros de acogida, ejercer su derecho a la participación es especialmente relevante, pero a menudo complicado:<ul><li>Falta de espacios adecuados: en muchos casos, los niños no tienen la oportunidad de dar su opinión sobre cuestiones importantes de su vida, como cambios de centro o visitas familiares.</li><li>Prejuicios sobre su madurez: a menudo, se asume que no son lo suficientemente maduros para comprender lo que sucede a su alrededor, ignorando su capacidad de expresar sus emociones y necesidades.</li><li>Falta de recursos: no siempre hay profesionales capacitados para facilitar su participación de manera efectiva y respetuosa.</li></ul>Darles voz no significa cederles toda la responsabilidad, sino incluirles en el proceso de toma de decisiones y validar su opinión en los aspectos que les afectan.<h3>Participar no es un favor, es un derecho</h3>Permitir que los niños participen no debería verse como un acto de generosidad, sino como un compromiso con su dignidad y su desarrollo como personas. Para hacerlo realidad, es fundamental:<ul><li>Escucharles activamente: No basta con preguntarles su opinión, también hay que demostrarles que sus ideas importan.</li><li>Facilitar su expresión: Crear espacios seguros y métodos adaptados a su edad para que puedan comunicarse con libertad.</li><li>Incluirles en decisiones importantes: Desde su entorno educativo hasta su vida familiar y comunitaria, deben tener la oportunidad de opinar y ser parte de las soluciones.</li></ul>En el caso de los menores tutelados, esto puede traducirse en algo tan simple como preguntarles cómo se sienten con su rutina diaria o darles la posibilidad de elegir entre diferentes opciones cuando se toman decisiones sobre su bienestar.<h3>La responsabilidad de toda la sociedad </h3>El derecho a la participación infantil no es solo un tema de derechos humanos, es una cuestión de justicia y equidad. Para garantizarlo, toda la sociedad debe comprometerse:<ul><li>Educadores: Fomentando la participación en el aula y enseñando a los niños que sus ideas son valiosas.</li><li>Familias: Escuchando sus opiniones en casa y permitiéndoles tomar decisiones acordes a su edad.</li><li>Gobiernos y legisladores: Creando políticas que incluyan la perspectiva infantil en temas que les afectan. </li></ul>Cuando los niños tienen voz, aprenden a confiar en sí mismos, a pensar críticamente y a asumir responsabilidades. Pero también nos enseñan a los adultos una nueva manera de ver el mundo. Escucharles no solo les beneficia a ellos, nos beneficia a todos.

Escuchar a la infancia: el derecho a ser parte activa de su entorno

❝ Recuerdas aquella vez que te despertaste en plena noche y, por un momento, no supiste dónde estabas? Esa sensación de desconcierto, de no saber qué pasaba. Ahora imagina que cada día de tu vida comenzara así. ❞Para un bebé, el apego es la diferencia entre sentirse seguro o vivir en incertidumbre. Desde el primer día de vida, los bebés buscan conexión con los adultos que los cuidan. Pero, ¿cómo se forma este vínculo? ¿Qué señales emite el bebé para garantizar la cercanía del cuidador? ¿Y qué ocurre cuando este proceso se ve interrumpido?<h3>¿Qué es el apego y por qué es tan importante?</h3>John Bowlby definió el apego como un mecanismo biológico y emocional que impulsa a los bebés a buscar proximidad con una figura protectora. No se trata solo de cariño, sino de una estrategia evolutiva que garantiza la supervivencia: un bebé que logra mantener cerca a su cuidador tiene más probabilidades de recibir alimento, protección y consuelo.Los estudios han demostrado que la necesidad de apego es tan esencial como la necesidad de alimento o descanso. Un bebé no solo necesita nutrición física, sino también seguridad emocional para desarrollarse de manera saludable.<h3>Cómo el bebé construye su primer vínculo</h3>Los bebés nacen preparados para activar el apego a través de señales que atraen la atención de los adultos:<ul><li>Llanto: su principal herramienta para comunicar hambre, incomodidad o necesidad de contacto.</li><li>Sonrisa: a partir de pocas semanas de vida, los bebés sonríen para reforzar la conexión con su cuidador.</li><li>Búsqueda de proximidad: intentan seguir con la mirada, mover brazos y piernas cuando ven a su cuidador acercarse.</li></ul>Cuando estas señales reciben una respuesta consistente y afectuosa, el bebé aprende a confiar en que sus necesidades serán atendidas, desarrollando un apego seguro.<h3>Las fases del desarrollo del apego</h3>El apego no se forma de la noche a la mañana. Es un proceso que se desarrolla en diferentes etapas:<ul><li>Fase de preapego (0-6 semanas): el bebé aún no distingue entre personas, pero busca contacto con cualquiera que lo cuide.</li><li>Formación del apego (6 semanas - 6 meses): comienza a reconocer a su cuidador principal y prefiere su contacto.</li><li>Apego claro (6 meses - 2 años): muestra ansiedad ante la separación y busca activamente a su figura de apego.</li><li>Apego recíproco (+2 años): comprende que el cuidador sigue existiendo incluso cuando no lo ve y aprende a regular mejor su ansiedad.</li></ul>Cada una de estas fases es crucial para construir un vínculo seguro y estable.<h3>¿Y si este proceso se ve interrumpido?</h3>Cuando un bebé no recibe respuestas predecibles a sus necesidades, puede desarrollar estrategias alternativas para lidiar con la incertidumbre. Algunos niños dejan de llorar porque han aprendido que nadie acudirá. Otros pueden volverse ansiosos y demandantes, temiendo la ausencia del cuidador.Aquí es donde entra en juego la importancia del acogimiento familiar, ya que permite a los menores que han sufrido rupturas en su desarrollo del apego reconstruir un vínculo seguro con una nueva figura de referencia.Ahora que hemos visto cómo se forma el apego, en los próximos artículos exploraremos qué ocurre cuando este proceso se interrumpe, cómo afecta a los menores tutelados y qué podemos hacer para ayudarles a reconstruir vínculos seguros.💙 El acogimiento familiar, en la mayoría de los casos, es la mejor terapia. Si quieres saber más sobre cómo puedes marcar la diferencia en la vida de un menor, sigue esta serie y acompáñanos en este viaje hacia el bienestar infantil.

El apego en la infancia: cómo se forma el vínculo más importante

Un niño jugando tranquilo en su casa, aprendiendo en la escuela sin preocupaciones, soñando con el futuro mientras se siente seguro en su entorno. Esta es la realidad que todo niño debería experimentar. Sin embargo, para miles de niños y niñas en todo el mundo, la infancia está marcada por el miedo, el abuso y la explotación. Para ellos, el hogar, la comunidad o incluso la escuela pueden ser lugares inseguros.Proteger a la infancia no es solo un ideal, es una obligación ética y legal. La Convención sobre los Derechos del Niño lo establece claramente: garantizar la seguridad y el bienestar de cada niño es una responsabilidad colectiva e innegociable. Los artículos 19, 34 y 36 de esta Convención subrayan la importancia de tomar medidas concretas para proteger a los más vulnerables.<h3>El derecho a la protección: lo que dice la Convención</h3>La Convención sobre los Derechos del Niño establece bases claras para la protección infantil:<ul><li>Artículo 19: Los Estados deben tomar todas las medidas necesarias para proteger a los niños de cualquier forma de violencia, abuso, descuido o trato negligente. Esta protección incluye el entorno familiar y cualquier otro cuidado bajo el que se encuentren.</li><li>Artículo 34: Se prohíbe la explotación y el abuso sexual, y se exige que los Estados implementen medidas preventivas y punitivas para erradicar estas prácticas.</li><li>Artículo 36: Garantiza la protección contra cualquier forma de explotación que pueda dañar el bienestar físico, emocional o psicológico del niño.</li></ul>Estos artículos no son solo normas de prohibición, sino una llamada a la acción proactiva. Exigen que los Estados, las comunidades y las familias trabajen juntos para prevenir y abordar las situaciones de riesgo antes de que se conviertan en tragedias.<h3>Las múltiples caras de la violencia y el abuso</h3>La violencia contra los niños es un problema complejo y multifacético que puede manifestarse de distintas formas:<ul><li>Violencia doméstica: Muchos niños que ingresan en centros de acogida lo hacen después de haber sido testigos o víctimas de agresiones físicas o psicológicas en sus propios hogares.</li><li>Negligencia: La falta de atención a sus necesidades básicas, ya sean emocionales o físicas, puede dejar cicatrices profundas y duraderas.</li><li>Explotación: En situaciones de vulnerabilidad extrema, algunos menores son víctimas de tráfico humano, explotación laboral o abuso sexual.</li></ul>Para los menores tutelados, estas experiencias a menudo preceden su llegada a los centros de acogida, y en ocasiones, persisten debido a lagunas en los sistemas de protección.<h3>Los retos para proteger a los menores tutelados</h3>Aunque los centros de acogida son un espacio diseñado para ofrecer seguridad, existen desafíos significativos para proteger plenamente a los menores:<ul><li>Falta de recursos: Los sistemas de protección infantil suelen estar sobrecargados, con personal insuficiente y una formación limitada para identificar y actuar ante situaciones de abuso.</li><li>Traumas no resueltos: Muchos menores cargan con heridas emocionales profundas que, sin un acompañamiento psicológico adecuado, pueden afectar gravemente su desarrollo.</li><li>Estigmatización: La percepción social hacia los menores tutelados puede aumentar su vulnerabilidad, dificultando su integración en la comunidad y limitando sus oportunidades.</li></ul><h3>Un enfoque integral: prevención, intervención y recuperación</h3>La protección infantil no puede ser reactiva; debe basarse en una estrategia integral que abarque prevención, intervención y recuperación.<ul><li>Prevención:<ul><li>Promover la educación en derechos humanos y en la resolución pacífica de conflictos desde edades tempranas.</li><li>Capacitar a padres y cuidadores en crianza positiva, fomentando entornos familiares más saludables.</li><li>Impulsar campañas de sensibilización para educar a la sociedad sobre los peligros del abuso y la explotación infantil.</li></ul></li><li>Intervención:<ul><li>Establecer protocolos claros y efectivos para la detección y denuncia de situaciones de violencia o negligencia.</li><li>Crear servicios especializados que actúen de manera rápida y eficiente ante casos de abuso. </li></ul></li><li>Recuperación:<ul><li>Implementar terapias psicológicas personalizadas que ayuden a los menores a sanar las secuelas del abuso y construir resiliencia.</li><li>Diseñar programas de reintegración social que les permitan fortalecer su autoestima, sus habilidades sociales y sus perspectivas de futuro. &nbsp;</li></ul></li></ul><h3>La responsabilidad de proteger: un esfuerzo colectivo </h3>Proteger a la infancia no es una responsabilidad exclusiva de los gobiernos; es un deber compartido por toda la sociedad. Las escuelas, las comunidades locales, los profesionales de la salud y cualquier persona que interactúe con niños tienen un papel crucial en la prevención y detección del abuso.La protección no es un favor, ni una concesión; es un derecho innegociable. Porque cada niño merece crecer sin miedo, rodeado de respeto, amor y seguridad. Garantizar este derecho es construir un mundo más justo y humano para las futuras generaciones.

Proteger a la infancia: un derecho innegociable

John Bowlby y la teoría del apego: la base del desarrollo emocional infantil

Niños color de cerca las manos sobre la mesa

Un parque lleno de risas, un grupo de niños persiguiéndose, inventando historias y dejando volar su imaginación. Para ellos, jugar es algo natural, casi inevitable. Pero para otros niños, especialmente aquellos en situaciones de vulnerabilidad, el juego no siempre es una opción garantizada.En muchos casos, la falta de recursos, espacios seguros o el peso de responsabilidades adultas les roba esa oportunidad de ser simplemente niños. El juego no es un lujo, ni un capricho; es un derecho esencial reconocido en el Artículo 31 de la Convención sobre los Derechos del Niño.<h3>El derecho al juego y al ocio según la Convención</h3>El Artículo 31 de la Convención sobre los Derechos del Niño establece que los Estados deben garantizar que todos los niños y niñas tengan acceso a:<ul><li>Descanso: Tiempo libre que respete su necesidad de desconectar y recargar energías.</li><li>Juego: Espacios y oportunidades para jugar libremente, de forma segura y creativa.</li><li>Actividades recreativas y culturales: Experiencias que nutran su imaginación y les permitan explorar intereses y habilidades.</li></ul>Este derecho no solo pone en valor el juego como fuente de alegría, sino también como un pilar fundamental para el desarrollo físico, mental, emocional y social de los niños.<h3>¿Por qué es tan importante el juego?</h3>El juego no es solo entretenimiento. Es una herramienta esencial para:<ul><li>Fomentar el desarrollo físico: Moviéndose y explorando, los niños fortalecen su cuerpo, mejoran su coordinación y entienden sus propios límites.</li><li>Estimular el desarrollo cognitivo: Juegos de imaginación, resolución de problemas y actividades creativas potencian su pensamiento crítico y capacidad de innovación.</li><li>Fortalecer habilidades sociales: A través del juego con otros, los niños aprenden a cooperar, negociar, resolver conflictos y desarrollar empatía.</li><li>Promover la salud emocional: Jugar permite a los niños liberar tensiones, expresar emociones y desarrollar resiliencia frente a las adversidades. </li></ul><h3>El reto para los menores tutelados en centros de acogida</h3>Aunque el derecho al juego es universal, los niños que viven en centros de acogida enfrentan numerosos desafíos que limitan su capacidad para disfrutarlo:<ul><li>Falta de espacios adecuados: No todos los centros disponen de áreas seguras y estimulantes para jugar.</li><li>Rutinas estructuradas: Las actividades programadas suelen dejar poco margen para el juego libre.</li><li>Desconexión emocional: El estrés y los traumas vividos pueden dificultar que los menores se entreguen al juego de manera espontánea.</li><li>Estigmatización: La participación en actividades recreativas fuera del centro puede ser limitada por prejuicios o falta de recursos.</li></ul>El juego debería ser una constante en la vida de todos los niños, no un privilegio exclusivo para algunos.<h3>Más allá del juego: el ocio y la cultura como derechos</h3>Además del juego, el ocio y la participación en actividades culturales son esenciales para el desarrollo integral de los niños. Talleres de arte, música o deportes no solo les permiten expresarse, sino que también refuerzan su autoestima, desarrollan habilidades y los conectan con su entorno cultural y social.Para los menores en centros de acogida, estas experiencias son una vía para soñar con un futuro más allá de su realidad actual.<h3>Nuestro compromiso como sociedad</h3>Garantizar el derecho al juego, el ocio y la cultura requiere un esfuerzo colectivo:<ul><li>Invertir en espacios y programas recreativos: Especialmente para niños en situaciones de vulnerabilidad.</li><li>Fomentar la inclusión: Crear oportunidades para que todos los niños puedan participar, sin importar sus circunstancias.</li><li>Sensibilizar sobre la importancia del juego: Reconociendo que jugar no es "perder el tiempo," sino una parte esencial del desarrollo infantil.</li></ul>Cada vez que un niño juega, no solo está explorando y divirtiéndose, sino construyendo su infancia y, con ella, su futuro. Es nuestra responsabilidad garantizar que este derecho fundamental se cumpla, porque el juego no es un privilegio: es el corazón de la niñez.

El derecho al juego y al ocio

Foto de un grupo irreconocible de niños sentados en el aula de su escuela y levantando las manos para responder a una pregunta

Imagina a un niño abriendo un cuaderno en blanco por primera vez, listo para llenarlo de sueños, palabras y aprendizajes. Ahora imagina que ese cuaderno nunca se abre porque no tiene acceso a la educación, o que lo cierra demasiado pronto porque no cuenta con el apoyo necesario para continuar.Para muchos niños y niñas que viven en centros de acogida, la educación es un derecho que parece inalcanzable o frágil. Aunque asisten a la escuela, el entorno en el que viven y los recursos limitados con los que cuentan dificultan su capacidad de aprender plenamente. Para los jóvenes extutelados, cumplir los 18 años significa enfrentarse a la vida adulta sin la estabilidad y el apoyo necesarios para continuar sus estudios superiores.<h3>Derecho a la educación: lo que dice la Convención</h3>La Convención sobre los Derechos del Niño reconoce que la educación es un derecho fundamental. Su Artículo 28 establece que todos los niños deben tener acceso a:<ul><li>Educación primaria gratuita y accesible.</li><li>Educación secundaria para todos.</li><li>Enseñanza superior basada en las capacidades de cada niño.</li><li>Medidas para reducir las tasas de deserción escolar.</li></ul>Por su parte, el Artículo 29 subraya que la educación no debe limitarse al aprendizaje académico, sino que debe fomentar:<ul><li>Respeto por los derechos humanos.</li><li>Aprecio por la identidad cultural y la diversidad.</li><li>Habilidades para convivir en paz y cuidar el entorno.</li></ul>Estos principios son universales, pero garantizar que se cumplan para los menores tutelados sigue siendo un desafío.<h3>Los retos de los menores tutelados en su educación</h3>Los niños y adolescentes que viven en centros de acogida enfrentan barreras específicas que dificultan su pleno acceso a la educación:<ul><li>Entorno inestable: Los cambios frecuentes en su vida personal, como traslados entre centros o familias de acogida, pueden afectar su rendimiento y motivación.</li><li>Falta de apoyo personalizado: Aunque suelen recibir ayuda, no siempre cuentan con la orientación individualizada que necesitan para superar dificultades académicas o emocionales.</li><li>Estigmatización: Ser identificado como menor tutelado puede generar prejuicios que afectan su integración y participación en la comunidad escolar.</li><li>Limitaciones para estudios superiores: A los 18 años, los jóvenes extutelados pierden automáticamente el apoyo del sistema de protección, lo que complica su acceso a la universidad o a formación profesional avanzada.</li></ul><h3>Los desafíos a los que se enfrentan estos jóvenes </h3>Para la mayoría de las personas, cumplir 18 años significa un momento de celebración y nuevas oportunidades. Sin embargo, para los jóvenes extutelados marca el inicio de una vida independiente, a menudo sin una red de apoyo sólida.La falta de recursos económicos y emocionales les lleva, en muchos casos, a abandonar los estudios superiores o a no planteárselos siquiera como una opción viable. Esta realidad perpetúa un ciclo de vulnerabilidad que les priva de herramientas clave para construir un futuro mejor.<h3>La educación como herramienta de transformación</h3>La educación es mucho más que aprender en un aula: tiene el poder de cambiar vidas. Para los menores tutelados, puede:<ul><li>Empoderar: Proporcionarles las herramientas necesarias para superar las adversidades y romper ciclos de exclusión.</li><li>Proteger: Ayudarles a desarrollar habilidades para la vida, como la toma de decisiones y la resiliencia.</li><li>Transformar: Abrirles las puertas a un futuro donde puedan ser los protagonistas de su propio destino.</li></ul>Invertir en la educación de estos niños y niñas no es solo un deber ético, sino una inversión en una sociedad más justa y equitativa.<h3>Un compromiso de todos</h3>Garantizar el derecho a la educación de los menores tutelados requiere la colaboración de toda la sociedad. Algunas medidas fundamentales incluyen:<ul><li>Apoyo específico: Programas educativos diseñados para reforzar su aprendizaje y ayudarles a alcanzar sus metas.</li><li>Recursos para extutelados: Becas, mentores y programas de acompañamiento que les permitan continuar sus estudios más allá de los 18 años.</li><li>Sensibilización: Romper los prejuicios hacia los menores tutelados y reconocer su potencial.</li></ul>Abrir un cuaderno no debería depender de las circunstancias, sino ser un derecho garantizado para todos los niños y niñas. Porque cada página que escriben es un paso hacia un futuro lleno de posibilidades.

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